El jazz, el vino y las muchachas

>Sábado

Desasosiegos y denuncias

La novelista, cuentista y dramaturga Rosa María Brittón estudió el bachillerato en una escuela interna de La Habana, se hizo médico en Madrid, ejerció por dos décadas en Estados Unidos y, en la vida real, fuera de los quirófanos pulcros, las clínicas y los hospitales, a estas alturas del siglo XXI, es la escritora panameña de mayor relieve internacional.

Nació en Ciudad de Panamá, en el verano de 1935, con unos apellidos menos agudos que el que heredó de su esposo norteamericano: Crespo y Justiniani. Ha llevado con una pasión pareja y sin infidelidades dolorosas su entrega a la medicina (es cirujana, oncóloga y obstetra) y a la literatura. Se da el caso de que uno de sus libros más vendidos en Panamá, La costilla de Adán, no es una historia de ficción, es un tratado de sexualidad y ginecología.

La señora Brittón debutó como escritora en 1981. Quiso hacer un homenaje a su madre y escribir unos episodios de su familia que le parecieron interesantes. Así le salió la novela Ataúd de uso, que recibió ese año el premio Ricardo Miró, el galardón literario más importante de Panamá. Y se ve que eso le gustó, porque después se lo ha ganado seis veces.

Con un estilo directo y abierto que tiene sus fuentes en las calles y en los sectores marginales de la sociedad, Rosa María Brittón ha hecho una obra que puede verse como un examen interno a la vida cotidiana en su país, a las aspiraciones de las personas, las frustraciones y la esperanza.

Entre sus 15 libros, publicados en Panamá y otros países de Centroamérica, están las novelas Todas íbamos a ser reinas y Suspiros de fantasmas, sus obras de teatro Esa esquina del paraíso y Los loros no lloran y sus libros de cuentos Historias de mujeres crueles y ¿Quién inventó el mambo?

La joven escritora y crítica panameña Gloria Melania Rodríguez dice que Rosa María Brittón no describe castillos en el aire ni cuentos de hadas, más bien trata de dar respuesta a sus desasosiegos. «La literatura que ella está haciendo de nuestro tiempo», escribió, «es una melodía de doble filo a la que no le tiemblan las notas porque ilumina la soledad que hay en una sonrisa, en el hogar que se esconde detrás de una joven estudiante, acusa los pecados que arden en la firmeza de los puritanos, recuerda las mil ciudades que viven una misma ciudad, los mil abrazos que caben en un solo abrazo».

>Lunes

El piano, las palabras y el deseo

El poeta Francisco Bendezú (Lima, 1928-2004) creía que había inventado el amor, las mujeres y el idioma español. Por lo tanto, estaba en el deber de crear también un ámbito seguro, intemporal, para sus descubrimientos y escribió cuatro libros antes de morirse soltero y conforme con su destino de orfebre que trabajó toda la vida sin horario, como un Dios subyugado por los pecados carnales y las muchachas bellas.

En Perú y en Hispanoamérica se sabe que nadie escribió más versos de amor que él, porque era el único tema que le interesaba. Se conoce también por aquellas tierras que nadie ardió mejor que el autor de El piano del deseo en la «combustión de los diccionarios» para hallar la palabra exacta, la expresión precisa para cantar el amor o interpretarlo.

Paco Bendezú, un hombre de izquierda, reconocía y aceptaba, por supuesto, que a otros escritores les atrajeran los temas sociales y los graves asuntos políticos del país y de la región, pero proclamaba sin prejuicios que a su verso lo había ganado la mujer.

Tenía una obsesión similar con el idioma y siempre dijo que cincelaba el verso como si fuera un diamante. Dominaba el lenguaje y la música de la poesía medida, repasaba los poemas y los retocaba para que quedaran perfectos y con la esperanza de asombrar al lector o de hacer que se perdiera en la búsqueda de los mensajes.

Bendezú es un poeta de la Generación de los 50. Lo desterraron a Chile en 1955 y después viajó a Roma a estudiar. Allí fue discípulo de Guiseppe Ungaretti. Regresó a Lima y se dedicó a la docencia y a escribir sobre jazz y cine en la revista El Caballo Rojo.

Pertenecía, según confesó, a la extraña raza de los enamorados del amor y su poesía es «completamente lírica, erótica o –si quieren– amatoria, preocupándome por la intensidad, la pureza del lenguaje, el rechazo rotundo a la expresión aproximativa... No dejó margen para fantasear. No es una poesía de sugerencia; al contrario, es una poesía muy construida, escultórica».

Cuando ya estaba solo, viejo y enfermo, Bendezú le dijo al poeta y periodista Jerónimo Pimentel que tuvo tres mujeres. Cuatro cosas: poesía, amor, vino y jazz. Le aseguró que Mario Vargas Llosa no ganaría nunca el Premio Nobel y que después de los 50 años, todo es sobrevivir.

Pimentel le preguntó si le quedaba algo que decir a un poeta que había cumplido 76 y respondió que no se agotan las palabras, ni los sueños, ni las mujeres ni las esperanzas.

Bendezú afirmaba que Twilight, un poema dedicado a su gran amor, una muchacha española llamada Mercedes a quien conoció en Santiago de Chile, es la mejor pieza que escribió en su vida. Estos son los versos finales: No me digas que te quise ¡Te quiero/ Te debía este lamento, y aunque un grito/ mi sangre apenas sea,/ también te lo debía; un solo interminable/ de un corazón en las tinieblas.